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Trump, el batacazo que hizo temblar al mundo

Donald Trump dio anoche el batacazo al hacerse elegir como el próximo presidente de los Estados Unidos, venciendo en una elección sorprendente a su rival, Hillary Clinton. El magnate, derrotaba al cierre de esta edición por un estrecho margen el estado clave de Florida y sumaba además otros distritos en disputa como Carolina del Norte, Ohio y Iowa, que sumado a resultados sólidos en el ‘cinturón del óxido’ en el norte del país le alcanzaban para superar en el Colegio Electoral los 270 votos necesarios para adjudicarse la elección. El Partido Republicano, además, obtenía mayorías en en las dos cámaras del Congreso. El resultado volvió a contrariar a la mayoría de los pronósticos, que al igual que lo que sucedió este año en el plebiscito por el Brexit en Gran Bretaña y por la Paz de Colombia, fallaron. La victoria del magnate abre un nuevo período en la política norteamericana y las consecuencias de este resultado tendrán alcances globales.

Lanzado a la arena política hace apenas un año y medio, cuando anunció que competiría por la nominación republicana, este multimillonario que hizo su fortuna en el negocio inmobiliario y su fama como playboy y anfitrión de un reality show se convirtió anoche en el hombre más viejo en llegar a la presidencia de los Estados Unidos, superando en algunos meses a Ronald Reagan, otro outsider que trazó su camino hacia la Casa Blanca. Su campaña desprolija y poco profesional, plagada de improperios y boutades, obligará a reescribir los manuales de política electoral. Ninguno de los “errores” cometidos por Trump en sus últimos 18 meses fue suficiente para impedirle dar la sorpresa más grande de la que se tenga memoria en la historia política norteamericana.

En ese sentido, cobrará valor en los análisis posteriores el rol de su rival. Clinton, ex primera dama, ex senadora, ex secretaria de Estado, estaba mucho más preparada que Trump para ocupar la presidencia, pero nunca pudo hacer pie en una campaña en la que tuvo que luchar contra una sociedad norteamericana que ponía en el establishment las culpas de la malaria posterior a la crisis económica del 2008. Una serie de escándalos que afectaron la confianza de su base electoral en ella limaron los bordes de la coalición que le había dado al Partido Demócrata la victoria en las últimas dos elecciones presidenciales y el apoyo de figuras populares, como el presidente Barack Obama, la primera dama Michelle Obama, el senador Bernie Sanders y su marido el ex presidente Bill Clinton no alcanzaron para compensar su falta de carisma y conexión con el público.

Durante toda la campaña Trump presentó un discurso extremo, prometiendo levantar un muro para terminar con la inmigración mexicana, prohibir la entrada de musulmanes al país y deportar a todos los habitantes del territorio de los Estados Unidos que no hayan ingresado legalmente al país. También prometió un mayor proteccionismo económico y un importante recorte de impuestos a los sectores concentrados de la economía con la promesa que esas medidas promoverían la creación de empleo. La bolsa de Japón se desplomó incluso antes de que se confirme la victoria del republicano y hoy los mercados de todo el mundo reflejarán el cimbronazo causado por los resultados electorales de los Estados Unidos.

Noche sorpresiva

Aunque en la última tanda de encuestas que entraron a última hora del lunes le daban cierto margen a Clinton, en cuanto comenzaron a llegar datos oficiales del recuento de votos anticipados el panorama comenzó a dar señales de que habría una noche larga por delante. En el bunker demócrata había confianza en los números pero ya hablaban de tomar con pinzas los datos de Carolina del Norte y Florida, los primeros duelos que darían forma a la carrera el resto de la noche. En el hotel Hilton, dirigentes republicanos que esperaban por novedades mostraban un tímido optimismo. “Los swing states del sudeste se definiran por muy poco. Si los ganamos, el resto está abierto”, dijo un asesor a Página/12, acertando con la tónica que tomaría la noche en las horas siguientes.

La llegada de los primeros números, provenientes de los estados de costa oeste, sólo alcanzaron para estirar ese suspenso y hacer aún más dramática la definición de la carrera. En Florida, estado clave para el resultado final, ambos candidatos se turnaban al frente del recuento, siempre con diferencias de pocos miles de votos a favor de uno u otro. En Carolina del Norte, los errores en el sistema de voto electrónico obligaron a posponer el cierre de urnas en varios centros electorales, postergando las certezas. En Virginia, tierra del vice demócrata, Trump encabezaba el conteo aunque los demócratas finalmente lograron una esforzada victoria gracias a la llegada a última hora de los números de los suburbios de Washington D.C. En Georgia, un estado que se pronosticaba como competitivo, el magnate se imponía por un margen holgado.

Con el correr de las horas, el candidato republicano mostró una fortaleza creciente en los estados del cinturón del óxido al tomar ventaja en Michigan y Winconsin mientras Florida y Carolina del Norte se inclinaban hacia la columna de Trump, superando en todos esos estados los pronósticos de la mayoría de los encuestadores, lo mismo que New Hampshire otro estado azul que se ecolumnó detrás del republicano. Para las diez de la noche, hora local, ya era una certeza que el conteo se extendería hasta la madrugada y poco después medios como el New York Times, que hasta el lunes daban a Clinton más de un 95 por ciento de chances de vencer, empezaban a confirmar el creciente favoritismo de del magnate, que a la medianoche ya superaba el 90 por ciento. Para esa hora la candidata demócrata había tuiteado un mensaje que sonaba mucho a una concesión: “Este equipo tiene mucho de lo que estar orgulloso. Pase lo que pase esta noche, muchas gracias por todo”.

Un nuevo mapa político

La victoria de Trump confirma la reconfiguración del esquema político que rigió en Estados Unidos durante los últimos 35 años, desde Ronald Reagan. El caudal de votos que logró Trump en los estados del norte indican que los votantes blancos de clase media baja, golpeados por las consecuencias de la crisis de 2008, abandonaron la coalición demócrata y se volcaron hacia el Partido Republicano. La suma del voto de minorías, mujeres y jóvenes no le alcanzó a los demócratas para repetir el logro de las dos elecciones presidenciales anteriores. La cantidad record de latinos que acudieron a las urnas no pudo compensar la caída en el voto de negros y de jóvenes, que habían acompañado a Obama y no se sumaron masivamente a la propuesta de Clinton.

Ahora, los dos grandes partidos que marcaron la vida política en este país durante el último siglo y medio enfrentan desafíos inéditos. Los republicanos, que habían abjurado de su propio candidato durante la campaña, tendrán ahora que rendirse ante un Trump que podrá alegar, y con razón, que ganó esta elección él solo. La negociación en el Congreso, con dos mayorías oficialistas pero reticentes, marcará los primeros meses de su gestión. Los demócratas deberán solventar las divisiones entre un establishment cercano a las corporaciones y a Wall Street, quizas el gran derrotado de estos comicios, y unas bases progresistas que en las primarias casi tuercen el brazo de la cúpula y en las generales no acompañaron en número suficiente a la candidata que les tocó en suerte.

Esta elección marcó, acaso, el final de una época. El mundo adopta lentamente una nueva configuración, alejándose de los consensos que marcaron el final de la guerra fría y la trancisión entre el siglo XX y el siglo XXI. Los desafíos son inéditos, para los Estados Unidos y para el mundo que deberá lidiar con esta nueva iteración de la superpotencia, en manos de un hombre sin experiencia en política internacional, administración pública ni defensa. Lo que hay en el futuro son muchos más interrogantes que respuestas. Durante un año y medio el planeta se preparó para esta elección pero lo que sucedió anoche no parece un final sino más bien un comienzo, un comienzo de algo peligroso.

 

Fuente: Página 12